Lyme Disease Fatality File – Spanish

La visión de un antropólogo sobre la enfermedad de Lyme y el suicidio

Hace casi un año que intenté suicidarme.

Como estudiante de doctorado que vivía en el frondoso suburbio de Brookline, Massachusetts, en 2015, me topé por casualidad con una garrapata -un diminuto vampiro del tamaño de una semilla de amapola- que cambió mi vida para siempre y casi la llevó a su fin.

Tras la picadura, sufrí dolores articulares en todo el cuerpo, espasmos musculares, convulsiones nocturnas, anomalías cardíacas, depresión, fatiga y otras alteraciones neurológicas. Al principio, esta confluencia de síntomas confundió a los médicos.

Al oír mi relato, un neurólogo negó con la cabeza. “No tiene ningún sentido”, dijo, antes de sugerir que mi consumo de cafeína podía ser el responsable.

Varios médicos me repitieron que la misteriosa dolencia que oscurecía mi existencia era de naturaleza psicológica, probablemente debida al estrés. Pasaron 12 meses hasta que finalmente me diagnosticaron la enfermedad de Lyme.

Pero poco cambió tras el diagnóstico, en contra de lo que yo había esperado ingenuamente. Mi médico me recetó cuatro semanas de antibióticos y me dijo que si la medicación no funcionaba, entonces no era Lyme. Los antibióticos no funcionaron.

Exiliada de mi cuerpo

De repente, me vi sola, exiliada de mi cuerpo y de los demás. Mi enfermedad se ha visto agravada por las consecuencias sociales de padecer una enfermedad crónica compleja. Cuando una enfermedad no se reconoce médicamente o se niega a progresar de forma directa hacia una mejor salud, los que te rodean suelen impacientarse o sospechar. La gente deja de preguntarte cómo estás o actúa como si tu falta de recuperación fuera de algún modo una debilidad personal. Estos silencios y reacciones pueden sumir al enfermo crónico en el aislamiento, la desesperación y la confusión existencial.

Los médicos tienen autoridad para determinar qué partes de la historia de un paciente son útiles, qué interpretaciones hay que seguir y qué pruebas diagnósticas se ponen a su disposición. Los médicos y especialistas a los que consulté me interrumpieron constantemente, se negaron a solicitar pruebas y negaron la gravedad de mis síntomas. El rechazo sutil, y a menudo brutal, de mi conocimiento experiencial y mi sufrimiento me anestesió poco a poco contra toda esperanza.